¿Qué tienen en común los movimientos “digital detox” y “sober curious”? Todo.
Mucho se habla sobre el impacto nocivo de las pantallas en nuestras vidas. Nuestra dependencia digital – manifestada en el uso excesivo de smartphones y redes sociales – tiene consecuencias claras: fatiga mental, trastornos psicológicos y el distanciamiento de conexiones genuinas. No es casualidad que “Brainrot” haya sido elegida la palabra del año en 2024 por el diccionario Oxford.
En este contexto, surge una búsqueda colectiva por el “detox digital”. Aunque existen quienes optan por una vida completamente offline, generalmente en comunidades alternativas y alejadas de los centros urbanos, para la mayoría, la solución no está en el abandono total de la tecnología, sino en la creación de rituales conscientes de desconexión.
Este nuevo equilibrio se manifiesta en diferentes esferas: cuando se trata de viajes, proliferan retiros que promueven la desconexión digital – ya sea en experiencias de mindfulness sin dispositivos electrónicos, o en la elección consciente de documentar menos y vivir más. Es interesante notar la coexistencia armoniosa de lo analógico con lo digital: cámaras tradicionales y libros físicos comparten espacio con Kindles y iPhones.
El fenómeno de los “dumb phones” evidencia un deseo de limitar distracciones digitales. Sin embargo, pocas personas están dispuestas a sustituir sus smartphones permanentemente – la preferencia es por momentos específicos de desconexión. Los festivales “sin teléfono”, como el This Never Happened en Australia y otros países, o clubes en Holanda ofrecen precisamente estas experiencias estructuradas.
En el día a día, presenciamos el resurgimiento de prácticas analógicas, envueltas por una buena dosis de nostalgia: el resurgimiento de revistas impresas, fanzines, scrapbooks y diarios, que valoran experiencias táctiles y manuales imposibles de replicar en las pantallas. Los ejemplos abundan, desde el regreso de la revista iconica brasileña Capricho impresa hasta la revista de historias de parejas de Hinge (una app de citas) o la campaña Summer Reads de Miu Miu. Son complementos, no sustitutos, de la vida digital.
Curiosamente, la propia tecnología intenta ofrecer soluciones para su uso excesivo. Plataformas como Instagram incorporan funciones como “Take a Break”, mientras otras aplicaciones se proponen bloquear redes sociales bajo demanda. Sin embargo, hay una paradoja evidente: ¿recurrir a la tecnología para resolver problemas que ella misma creó no sería contradictorio?
En la música, emergen los listening bars y el revival del vinilo, espacios y formatos que privilegian la escucha activa y contemplativa – una experiencia distinta del consumo casual vía Spotify o YouTube, pero que coexiste armoniosamente con estos.
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Paralelamente, crece el movimiento “sober curious”, especialmente entre la Generación Z. Esta tendencia refleja una búsqueda por socialización más consciente y cuestiona el estigma de la sobriedad: ¿por qué el rechazo al alcohol incomoda tanto? Las nuevas generaciones cuestionan la “obligatoriedad” de beber para socializar y divertirse, reconociendo los perjuicios de una droga legalizada y omnipresente.
Datos recientes del mercado refuerzan esta tendencia: globalmente, las ventas de cervezas con bajo o cero contenidos alcohólicos superaron los 6,5 mil millones de litros en 2022, según Euromonitor Internacional. La búsqueda del término “cerveza sin alcohol” aumentó un 80% mundialmente y un 60% en Brasil en los últimos 5 años, evidenciando un cambio significativo en los hábitos de consumo. Esta transformación es impulsada especialmente por la Generación Z y por el público fitness, que buscan experiencias sofisticadas sin los efectos negativos del alcohol – una tendencia que se intensificó después de la pandemia, cuando la preocupación por la salud y el bienestar ganó aún más relevancia.
El fenómeno no representa necesariamente abstinencia completa. Muchas veces, surge en períodos determinados de sobriedad – como el “Dry January” – o en la exploración de alternativas, desde bebidas no alcohólicas hasta sustancias psicodélicas, estas últimas buscadas tanto por sus beneficios terapéuticos como por su uso recreativo. Marcas como Botivo Drinks y Kiro’s Switchel atienden la demanda de placer sin alcohol, enfatizando lo artesanal y promoviendo el consumo consciente.
La frase “un poco de droga, un poco de ensalada”, popularizada en productos de marcas urbanas, sintetiza esta dualidad característica de la nueva generación. Es un reflejo de personas complejas que conjugan aparentes contradicciones: el mismo individuo puede ser tanto festivalero como maratonista.
Este escenario presenta un desafío interesante para la creación de productos, servicios y comunicación: ¿cómo dialogar con diferentes facetas de una misma persona? ¿Cómo crear mensajes que resuenen tanto con el momento de intensidad como con el de consciencia?
Es interesante pensar que, dentro de un mismo portafolio, una marca de bebidas puede tener opciones con y sin alcohol, patrocinando eventos orientados al mindfulness y otros más festivos. O promover la importancia de momentos offline haciendo uso de eventos físicos y recursos analógicos, manteniendo una estrategia consistente de presencia digital.
Entender esta mentalidad de alternancia – que permite a los individuos transitar entre períodos de “conectividad total” y momentos de enfoque o desintoxicación – se ha vuelto esencial para las marcas contemporáneas.
Este artículo es el primero de una serie que se inspira en uno de los nueve insights presentes en nuestro informe Pulse 2025, disponible para descarga.